Nuestra generación se ha empecinado en querer reconocer todas las tristezas y traumas que llevamos cargados por herencia o por causas distintas. Hemos hecho un esfuerzo enorme por reconocer nuestras vulnerabilidades, nuestras tristezas, miedos y defectos.
Trabajamos tanto y hablamos tanto de sanar, y convertirnos en la mejor versión, quizás como aquella quimera que pocos han podido conseguir. Hemos masificado la necesidad de la salud mental, un loable logro, sin dudas, sacar de la vergüenza el “ir al psicólogo”, de reconocer en lo que debemos trabajar y dejar en cierta medida de victimizarnos y asumir las riendas de nuestras vidas.
Sin embargo, creo que el mal de nuestros días es reconocer que se puede ser feliz. Me he encontrado tantas veces en momentos de felicidad, estando alerta para lo que se puede aproximar, para la tristeza que me puede embargar o la perdida emocional o tangible que pueda experimentar.
Hace un tiempo vi un K-Drama “Está bien no estar bien” hermosísimo, aprendí mucho más de como no negar nuestros lados oscuros, y lo bien que significa que haya días grises en la vida. Sin embargo, también está bien estar bien…
En conversaciones con amigos, pocas veces mencionamos los felices o bien que estamos. Es como si en nuestra respuesta genuina, la palabra “bien” o “feliz” no se pudiera asomar sin la necesidad de explicar un evento reciente que nos tiene de buen humor. Al parecer no merece la pena de ser considerado como un estado constante.
De hecho, pocas personas admiten tener episodios de felicidad como lo es reconocido con la tristeza. Es más fácil escuchar un “llevo meses triste” que un “llevo meses feliz”. Es como si nos moviéramos de una polaridad en la que nadie reconocía sus tristezas y nos colocábamos mascaras para aparentar una supuesta felicidad, a esta otra que me tiene consternada, en la que estar bien es una mentira. Hay que necesariamente hurgarse para ver en que hay que “trabajarse”
Estamos sacando hasta de donde no hay, una razón para estar tristes o inconformes, para mostrarnos en posición de lucha, para no hacer sentir al otro más desdichado o para poner a competir nuestras tragedias más minúsculas con las del otro. Nuestro cerebro está tan acostumbrado al caos, que es incapaz de reconocerse feliz aún ante situaciones adversas.
¿A dónde hemos llegado? Que el estar bien no está bien, trayendo un poco más de carencia a nuestra ya compleja vida. ¿Cuándo llegamos al momento en el que lograr algo es la única razón para estar felices? Ridiculizando nuestras vidas frente a nuestras inconformidades, sin detenernos siquiera a observar.
El reinventarse es necesario, el evaluar la vida propia y resignificar la compatibilidad de lo que soy con lo que quiero ser, es supremamente necesario, y conformarse es morir como humanos. Pero detenernos y reconocer que estamos bien, no conformes, no retirados, no logrados, simplemente bien, se ha vuelto una tarea, al menos para mí, un tanto difícil.
Reconocer que estamos felices con el lugar que nuestro caminar por la vida nos ha traído. Orgullosos de los momentos en los que estamos, sin distraernos de los defectos, de lo que aún no se tiene, o a donde aún no se ha llegado, es el mayor acto de amor propio.
Hoy te reto a listar las cosas que están bien en tu vida; tu trabajo si lo tienes, tu pareja, tus padres vivos y sanos, tu condición física, el poder devolverte sana a tu hogar, el descanso. No para hacer una comparación de las cosas que están faltando, sino para decirle a tu cerebro que está bien, estar bien.
¡Abrazo!
Atentamente,
Pao
P.D. Y la pregunta de cierre…
Muy linda reflexión Pao.